Las siete.
Como cada mañana
esperas paciente
que desperece mis sábanas,
encienda la luz.
Te miro y sonríes
como el que acaba
de rescatar a un náufrago,
resolver el último misterio,
recomponer lo roto
que araña la memoria,
anclar la tristeza
en el fondo del mar.
Tus manos,
pequeñas,
agarran firmes
mis hombros cansados.
Beso tu nariz
y ríes
como si esta
no fuera
la millonésima vez.
Curioso me observas
preparar el café.
Tus ojos radiantes
examinan los engranajes
de cada movimiento.
A veces se fijan
más allá de la ventana.
Inútilmente miro
de averiguar que te atrapa.
Serán las hojas,
que se mecen afuera,
la luz que asoma
o un insecto en el cristal.
Si algo tan solo, algo
imposible
pudiera darte,
sería que nunca
jamás cesara
de sorprenderte
nuevo
el mundo
cada mañana.
Como cada mañana
esperas paciente
que desperece mis sábanas,
encienda la luz.
Te miro y sonríes
como el que acaba
de rescatar a un náufrago,
resolver el último misterio,
recomponer lo roto
que araña la memoria,
anclar la tristeza
en el fondo del mar.
Tus manos,
pequeñas,
agarran firmes
mis hombros cansados.
Beso tu nariz
y ríes
como si esta
no fuera
la millonésima vez.
Curioso me observas
preparar el café.
Tus ojos radiantes
examinan los engranajes
de cada movimiento.
A veces se fijan
más allá de la ventana.
Inútilmente miro
de averiguar que te atrapa.
Serán las hojas,
que se mecen afuera,
la luz que asoma
o un insecto en el cristal.
Si algo tan solo, algo
imposible
pudiera darte,
sería que nunca
jamás cesara
de sorprenderte
nuevo
el mundo
cada mañana.