Dios ha muerto.
No va a ser fácil
dirigir ahora
la mirada hacia el centro.
Recomponer los trozos
de una esencia
que se desvanece.
Dios ha muerto
y nunca fue tan fácil
asomarse al abismo.
Entender que somos
piezas minúsculas,
peones cojos.
Mira el cielo,
nos acecha el ruido
insoportable
de langostas.
Mira nuestras rodillas.
Jamás llegaron
a doblegarse
pero ya no nos sostienen.
Dicen
que el sol explotará
en 5000 millones de años.
Qué vale entonces
un segundo
de tu mirada.
A qué precio pagamos
comprender desde ahí:
la certeza previsible,
inevitable,
del ser casual.
Aunque a veces
tal vez eso,
tan solo eso,
pueda salvarnos.