Incapaces de recordar
el último puente que tendió al abismo.
Insensibles al cosquilleo
que hace tiritar las copas.
Replegado en sí mismo
el acervo se autodestruye:
lo definido muere,
el consenso basta,
para auyentar al tiempo colapsado.
Y nos queda el consuelo
del que se conforma con nada.
Porque nada es todo lo que ha quedado
en nuestro escondite de poetas muertos,
de sueños perdidos.
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