La duda se ha instalado
en los quicios de las puertas.
Impasible, roedora,
manirota y esperpéntica.
Se anexiona a tus zapatos,
se convierte en lanzadora
de arrebatos intangibles,
de conquistas inexactas.
Surcadora del vacío
que controla las miradas
y embelesa sin querer.
La inocencia se ha colado
por cajones atascados.
Malograda languidece,
se fusila avergonzada.
Por perdida, por ajada,
se empadrona en el olvido,
se publica en una esquela.
Dando pistas al que llama,
convencida que el deseo
hace aguas cuando trata
de afincarse en un colchón.
Lo conforme ningunea
el tributo al que disiente.
Se disipa la mentira
si omitimos del resumen
lo que no se quiere oir.
Jugando a que somos dados
que no pesan en conciencias,
que se lanzan apostando
por sueños ya poco urgentes.
Reediciones de uno mismo
colgadas de la pared.
El amor se ha convertido
en ateo practicante,
maquinaria de gusano
que vacía la manzana
y finge como algo duele
si descubre que no existe
cuando cantan el final.
Medio loco, amoratado,
contenido y asfixiado.
Sigue siendo requisito
de cualquier formalidad.
Y aun así vamos viviendo
a remolque de las risas,
como actores de vanguardia
que han bordado su papel.
Los felices trenta y tantos
satisfechos condenados
a buscar siempre algo más.
Y aun así nos relamemos
las heridas en poemas,
esperando que el que escucha
sea nuestra salvación.
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